Tal vez más peligrosa para la integridad del medio ambiente que las propias amenazas estratégicas sea nuestra manera de percibirlas: de hecho, la mayor parte de la gente se resiste a aceptar la extrema gravedad de la crisis. Por supuesto, las situaciones complejas entrañan un porcentaje de incertidumbre y requieren una evaluación cuidadosa, pero con frecuencia se tiende a exagerar la incertidumbre y a prolongar en exceso la evaluación que es todo cuanto hace al respecto mucha gente a fin de evitar o posponer las conclusiones desagradables.
¿A quién le gustaría perder la belleza de nuestra fauna?
Algunas de las preguntas que los científicos no han podido responder aún nos parecen decepcionantemente sencillas; por ejemplo, dónde lloverá, cuándo y cuánto, etc. Preguntas fáciles de responder desde perspectivas locales pero que, a escala global, se convierten en verdaderos misterios científicos. ¿Dónde están las nubes? ¿Cómo cambia la superficie terrestre? ¿Cuál es el grado de humedad o sequedad del suelo? Son preguntas sumamente importantes porque sus respuestas incidirán de manera directa en la Bravedad que otorguemos a la amenaza subyacente. Tomemos el caso de las nubes, por ejemplo. Una minoría de científicos afirma que no deberíamos Preocuparnos por el calentamiento del globo, puesto que, a medida que los gases de tipo invernadero vayan acumulando calor de origen solar, la misma Tierra producirá más nubes que actuarán a modo de termostato, regulando la temperatura del planeta. Tomemos, por ejemplo, las preguntas referidas al suelo y a las precipitaciones También en este campo una minoría de climáticos pretende quitar dramatismo a la posibilidad de que los cambios climáticos provoquen sequías intensivas en las zonas centrales de los contiente, afirmando que la evaporación más rápida de la humedad del suelo en una atmósfera más cálida se verá compensada por cambios en las pautas pluviales.
También exigen atención preguntas algo más exóticas pero igualmente difíciles de responder ¿Qué le ocurre a la capa de hielo de la Antártida occidental? o ¿Cuanto hielo se derrite en el océano Ártico? tal como señalamos La Marina ha decidido colaborar en la resolución esta última pregunta facilitando sus datos a los científicos. Pero siempre habrá más preguntas que respuestas. ¿Qué hacer entonces para poner oportuno freno a esta crisis galopante si aún hay tanto que aprender al respecto. Tras años de debates e intentos de convencer a los escépticos de que no había más tiempo para dilaciones, creo haberme resignado a la idea que, si bien ya disponemos de información más que suficiente, toda incertidumbre científica que frene nuestra capacidad de pasar a la acción colectiva debe ser estudiada a fondo. El conocimiento que obtengamos no sólo nos servirá de argumento contra los escépticos sino que nos ayudará a escoger las estrategias idóneas para responder a la crisis, a identificar las soluciones más eficaces y menos costosas y a lograr un mayor apoyo público para lo cambios cada vez más significativos que habrá que acometer.
No obstante, reemplazar del todo la acción por la investigación serí poco razonable. Aquellos que afirman que no deberíamos dar un solo pas antes de emprender investigaciones exhaustivas, no hacen otra cosa que pa sar por alto las evidencias de que la crisis avanza de modo inexorable. He aquí uno de los puntos cruciales: cruzarse de brazos ante el incontestable aumento de evidencias supone un decantamiento hacia la continuidad e incluso hacia la potenciación de la imprudente destrucción medioambiental responsable de la inminente catástrofe.
A fin de comprender lo grave y erróneo de esta postura, hemos de dis tinguir con absoluta claridad nuestras actuales certezas de las incertidumbres. Por ejemplo, los efectos concretos de una duplicación del anhídrido carbónico (CO2) atmosférico durante las próximas décadas son todavía inciertos. Sin embargo, no existe ninguna duda de que semejante duplicación producirá un aumento de la temperatura global y, en este proceso, nos ex. pondrá a la eventualidad de cambios catastróficos en los patrones climáticos generales. Asimismo, también podría ser crucial la velocidad de estos cambios potenciales, habida cuenta de la dificultad del ecosistema para adaptarse a los cambios bruscos.
Debemos actuar ahora sobre la base de lo que sabemos. Algunos científicos temen que estemos a punto de dejar atrás una encrucijada irreversible, tras lo cual habremos perdido la última oportunidad de resolver el problema antes de que éste inicie una espiral ascendente imposible de controlar. ¿Qué sucedería si, al optar por la pasividad, dejáramos atrás ese punto de no retorno?
Hay en Tennessee un viejo dicho: si estás en un hoyo, deja de cavar. En otras palabras, el enfoque realmente conservador del problema del calentamiento consistiría, por ejemplo, en dejar de incrementar la nube de gases de efecto invernadero e intentar evitar nuevos daños mientras se estudian las opciones viables.
Pero nuestra producción anual de CO2 y demás gases de efecto invernadero es ya tan importante y aumenta a tal velocidad que la simple estabilización de la concentración atmosférica actual requeriría profundos cambios en la tecnología moderna y en nuestro modo de vida. Sospecho que muchos de los que dicen estar a favor de correr el riesgo de no modificar nuestro comportamiento vital están de hecho afirmando que prefieren compensar en lo que implicaría aplicar soluciones serias al problema. Nuestra desprotección ante esta clase de dilaciones aumenta cuando se trata de amenazas estratégicas contra el entorno porque son tan desmesuradas que trascienden lo imaginable. Y puesto que continuamos describiendo la crisis en términos científicos, ello nos hace vulnerables a la minoría de investigadores cuyos argumentos tienden a negar su existencia. En efecto, unos cuantos científicos aseguran, en palabras del profesor Richard Lindzen, del MIT, que el calentamiento planetario es «un tema fundamentalmente político sin base científica alguna»; estas opiniones tienen a veces una influencia decisiva.
Los medios de comunicación tienen cierta responsabilidad en el asunto. Suelen dar a las cuestiones científicas el mismo tratamiento que a las cuestiones políticas: prefieren subrayar los desacuerdos y las controversias. No es un enfoque a desdeñar, en tanto es sabido que la verdad a veces surge del enfrentamiento polémico entre personas con opiniones encontradas. Pero existe una diferencia entre la incertidumbre política y la científica. En política, la incertidumbre suele tener un efecto paralizante, mientras que en el terreno científico actúa a modo de estímulo. Sin embargo, parece que el diálogo entre ambas disciplinas no acaba de reparar en ello. Así, cuando el 98% de los científicos coincide en un punto y sólo el 2% difiere, a menudo se presentan ambas posturas de tal forma que ninguna parece más creíble que la otra.
Lo cual no significa que el 2% esté equivocado ni, por supuesto, que no merezca ser escuchado. Sin embargo, sus teorías no deberían pesar del mismo modo que aquellas otras, hoy ya mayoritariamente aceptadas, que nos advierten de la gravedad e inminencia de la crisis. Si, al introducir en el debate público todo cuanto aún ignoramos sobre la amenaza medioambiental, lo presentamos como un signo de que la crisis podría no ser real, estaremos socavando los esfuerzos tendentes a lograr un apoyo público efectivo para las duras medidas que pronto habremos de tomar.
En efecto, en manos de algunos defensores del estado actual de cosas, tal incertidumbre residual suele servir de cínico pretexto para impedir que el público brinde su apoyo masivo a la acción. Así, por ejemplo, en la víspera del Día Mundial de la Tierra de 1990, el gobierno Bush proporcionó a sus portavoces políticos un memorando confidencial con los mejores argumentos para disuadir a la gente de la necesidad de ofrecer su apoyo masivo a la acción contra el calentamiento planetario. El memorando, que se filtró a la prensa, aconsejaba no discutir la existencia del problema, «ya que es mejor hacer hincapié en sus incertidumbres». Hasta allí llegó pues la protesta hecha por Bush de oponer al efecto invernadero (greenhouse) el efecto Casa Blanca (White House)
Para contrarrestar este cínico enfoque debemos empezar por situar en su justo contexto los puntos oscuros que continuarán enrareciendo las dis cusiones sobre la crisis medioambiental. Iniciemos el debate acerca del ca lentamiento, ya que, si bien no es más que una de las muchas amenazas estratégicas, se ha convertido en un poderoso símbolo de la crisis mundial podría ayudar a la opinión pública a decidir si estamos o no ante un problema verdadero. Mucha gente supone que demostrando la escasa gravedad del problema del calentamiento quedaría asimismo descartada la existencia de una crisis mundial.
Pero el caso es que la teoría del calentamiento no puede rebatirse; en la actualidad, los escépticos son minoría frente a los que antes lo fueron y se inclinan hoy ante el peso indiscutible de las evidencias. En un esfuerzo por proporcionar a los líderes mundiales un consenso sobre el calentamiento global, la ONU instituyó en 1989 la Comisión Intergubernamental para Cambios Climáticos, bajo cuyos auspicios comenzaron a analizarse las evidencias acumuladas por distinguidos científicos de todo el mundo. Esta comisión llegó a la conclusión prácticamente unánime de que el calentamien to es real y de que se debe actuar ya.
Insistir en dudar de la absoluta certeza de todos los detalles de esta amenaza, la más seria de cuantas se nos han presentado hasta ahora, equivale hoy por hoy a cerrar los ojos a una verdad incómoda y desagradable: debemos actuar con firmeza, decisión y rapidez, aun cuando no conozcamos todos los detalles del problema. Quienes afirman que la respuesta idónea pasa por una prolongación de las investigaciones sólo quieren esconder su timidez o proteger sus velados intereses en el estado de cosas actual.
La resistencia a comprender las amenazas estratégicas suele aferrarse a la falta de información completa. Hay que admitir que jamás dispondremos de toda la información(aunque en la actualidad esto se hace cada vez más posible). No por ello dejaremos de tomar decisiones; es algo que se hace continuamente. Una forma de sacar conclusiones de la información incompleta es aprender a identificar las pautas y modelos generales.¿De qué información disponemos actualmente?.
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